Nuestro primer contacto con las técnicas de reproducción asistida empezó muy pronto, yo tenía 30 años y decidimos que era el momento de ampliar la familiar, sin embargo, contábamos con un hándicap. Sabíamos que mi marido es portador de una translocación genética, el «síndrome del maullido de gato», una condición que predispone a abortos frecuentes y peor aún, una enfermedad causante de un 98% de discapacidad, por lo que intentarlo de manera natural no era una buena opción para nosotros, por ello decidimos ir a por todas e iniciar un tratamiento de Fecundación in Vitro para ser padres.
Empezamos a informarnos y nos encontramos con que, a pesar de ir a una FIV, nuestro caso iba a ser complicado, los especialistas nos decían que teníamos tan solo un 17% de probabilidad de éxito ¡no nos lo podíamos creer! Aunque esta noticia nos desanimó, teníamos claro que no íbamos a tirar la toalla tan fácilmente. Realizamos 3 ciclos en un centro público sin conseguir ni un embrión sano. Ante estos resultados, nos insistieron por activa y por pasiva que la opción más aconsejable en nuestro caso sería la donación de esperma.
Dispuestos a quemar nuestro último cartucho acudimos a Juana por recomendación de una amiga que lo tuvo muy complicado, pero lo consiguió con su equipo. Sin muchas esperanzas, cerramos una primera visita con la simple idea de pedir consejo y conocer su opinión. Estábamos en un punto que nos sentíamos abatidos y a punto de tirar la toalla, ya en cierto modo derrotados y dándonos cuenta de la realidad.
Lo que pasó en esa primera visita no nos lo esperábamos, al estudiar mi caso Juana le dio la vuelta a la tortilla y después de muchas decepciones, empezamos a recuperar la ilusión.
Puesto que teníamos la genética en nuestra contra y a priori, ningún problema ginecológico (aunque todavía no había tenido yo ninguna transferencia) planteó la opción de obtener mucho tamaño muestral de óvulos y así desafiar la estadística de la genética.
Y así fue, yo saliendo de la consulta, con lágrimas en los ojos, Juana me prometió al menos 1 embrión sano. Juana fue la luz que yo necesitaba en ese momento, mi luz de esperanza en este camino.
La estimulación fue cañera, pero me encontré perfecta como ella me había adelantado y conseguimos el objetivo propuesto: 31 óvulos, fecundados 27, al quinto día llegaron 17 que se sometieron a análisis genético obteniendo 5 embriones sanos y un mosaico. ¡No me lo podía creer! Los siguientes pasos fueron rodados. Ahora estamos en el proceso del tercero y echamos la vista atrás y no nos lo creemos. Sin duda, nuestro mayor sueño es ya una realidad gracias a este equipo que ha hecho posible lo imposible.